El músico dio a conocer un adelanto de su primer álbum en siete años
Probablemente, uno de los mayores méritos de Charly García haya sido poder dar con un denominador común de su obra más allá de cualquier faceta artística y/o personal que decidiese afrontar. Tanto en sus comienzos como solista en los primeros ochenta como en su coronación popular hacia fines de esa década, en sus incursiones autorrupturistas de los noventa como en su inmolación narcótica tras el cambio de milenio, aun cuando disímiles, en cada disco que publicó es posible divisar y entender su ADN como compositor. Y eso mismo ocurre con «La máquina de ser feliz», el flamante adelanto de su primer álbum en siete años, cuatro minutos de García puro en estado de gracia.
La primera muestra de RANDOM, que se publicará el 24 de febrero, encuentra a Charly tejiendo una melodía en cámara lenta desde su piano y el ornamento de algunas pocas notas en sintetizador. Después de que el clima se construya de a poco con el agregado de una batería programada y un bajo sigiloso, un García abatido y entero a la vez entona un primer verso («Pedimos perdón. Corriendo, enmascarando el fin / Por eso te busqué, por eso diseñé la máquina de ser feliz») que suena honesto y confesional. Poco después, aparece el Charly lúdico, el que juega con las palabras hasta vaciarlas de contenido para encontrarle uno nuevo: «Con forma de un pez, nadando en mares de Ravel / No sé si la robé, no sé si la pedí. O simplemente estuvo ahí».
Con una afirmación descriptiva primero («Prende y se apaga sola, sale después de hora») y un análisis de situación general después («Hay tanta gente sola, hoy tanta gente llora»), el estribillo de «La máquina de ser feliz» redondea su intención de entender a la felicidad como un ideario colectivo que no funciona a pedido pero que tampoco conoce de horarios. Conforme pasan los minutos, las capas de teclados dejan todo servido para que el clima continúe sin alteraciones a la vista, en una atmósfera de llamativa normalidad para los estándares del autor de «Los dinosaurios». Todo sigue su curso hasta que, cerca del final, exclama frente al micrófono con autoridad: «¡La tiene el Papa, la tengo yo!». O la confirmación de que, aunque pasen los años, García es y seguirá siendo Charly
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